sábado, 14 de agosto de 2010

Sabía que me iba a estar esperando.

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Pude ver su sonrisa desde varias casas antes, estaba parado en la puerta y apoyado sobre el mural de cemento húmedo.
Camine con la cabeza inclinada sin darme cuenta.
Cuando llegue a su lado me levanto el mentón con una mano y me beso suavemente. Luego sus ojos se posaron en los míos pero su poder persuasivo era tal que tuve que apartar la mirada.
Como sacado del siglo XVII y traído a mi mundo, me señalo el camino y me invito a pasar empujándome suavemente por la cintura, haciendo además un gesto gracioso y cortes con la mano.
La casa olía a una mezcla de almendras, corteza de árbol y jazmín.
Un aroma que no me voy a olvidar jamás.
Todavía sintiendo una timidez terrible, me senté en la punta de uno de los sillones tapizados en cuero blanco, mi favorito.
Recorrí cada rincón de la sala con la mirada y me creo capas de responder cualquier pregunta acerca de la decoración el lugar.
Me había hecho entrar y sentarme y luego había desaparecido para luego ahora reaparecer por la puerta del comedor apoyado con una mano en el marco y la otra en la cintura. Se había cambiado de ropa. Creo.
Era la tercera vez que lo visitaba en su casa pero aun así sentía una sensación extraña en el estomago, pero no eran las famosas mariposas de las que todos hablan, esto era temor y emoción juntos, y en mi interior se fusionaban de manera tal que me hacían querer vomitar.
A pesar de todo, esa sensación me parecía ya familiar.
Se acerco suavemente hasta donde me encontraba y se sentó en el sillón. Con un ágil movimiento, en pocos segundos me encontraba en su regazo.
Me corrió el pelo de la cara y con ambas manos me levanto el rostro.
Tuve que mirarlo a los ojos y sentí que algo dentro de mí se incineraba.
Fue ahí cuando vi sus cicatrices. Sentí curiosidad.
Eran varias y le atravesaban el cuello, empezando por detrás de la oreja y quien sabe donde terminarían.
Me odie. Me odie tanto por hacer esto.

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